La fatiga de Armagedón: motivos para el optimismo a largo plazo

Ver las noticias sobre la economía global resulta deprimente. Pregunten a cualquier economista lo que le viene a la mente cuando oyen la palabra «Europa». Probablemente les responda con ideas sobre tipos de interés negativos, deflación y preocupación por la deuda. Y la respuesta no es mucho mejor si nos referimos a las perspectivas económicas de EE. UU. («las próximas elecciones son motivo de preocupación»), Japón («el Banco de Japón está al límite de la política monetaria», Reino Unido («la confianza empresarial y del consumidor se verá afectada por el brexit») o China («el sistema bancario podría implosionar»). Parece que apenas hay motivos para ser optimistas en este punto del ciclo en que nos encontramos.

La mente humana está programada para el pesimismo. Por ello los periódicos abren con titulares alarmistas. En efecto, la memoria viva está plagada de predicciones apocalípticas, incluyendo guerras nucleares, virus transmitidos por el aire y o el «problema del año 2000». El hecho de que estas predicciones no se hicieran realidad no significa que las preocupaciones actuales carezcan de fundamento. Sin embargo, a pesar del pesimismo y catastrofismo actuales, hay motivos para ser optimistas acerca del futuro de la economía global.

El mundo está más conectado que nunca. Internet está cambiando la forma en que la gente trabaja, crea e intercambia ideas. Y lo que es más importante, se estima que el 46 % de la población mundial actual tiene acceso a Internet en casa, un aumento considerable con respecto al 6,8 % del año 2000. Para 2017 se espera que 3.400 millones de personas tengan acceso a Internet.

El creciente acceso a Internet es importante, ya que permite el crecimiento económico tanto en las economías desarrolladas con en las economías en desarrollo. Internet facilita el flujo de la información, la innovación, el acceso al capital financiero, el emprendimiento y la mejora del trabajo. El resultado final son mayores niveles de productividad laboral y un uso más eficiente del capital. En un informe titulado El valor de la conectividad, Deloitte estimó que el mayor acceso a Internet en los países en desarrollo podría suponer 2,2 billones de USD de PIB adicional (el equivalente de la economía de Italia) y más de 140 millones de nuevos empleos (casi la población total de Rusia).

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El aumento del acceso a Internet también puede desempeñar un papel importante en la reducción de la pobreza extrema. El Banco Mundial calcula que el número de personas que viven en condiciones de pobreza extrema (menos de 1,90 USD al día) en todo el mundo cayó por debajo del 10 % de la población mundial en 2015. Las tasas de pobreza se han reducido considerablemente durante los últimos 35 años, coincidiendo con las ventajas de un mayor acceso a Internet en los países en desarrollo. Con perfil demográfico superior y el crecimiento de la riqueza entre las clases medias y bajas, los países en desarrollo pueden generar tasas de crecimiento económico superiores a largo plazo.

Internet también ha traído consigo el auge de los «superricos» y, con ello, varias iniciativas filantrópicas ambiciosas. Recientemente, la Chan Zuckerberg Initiative (de Facebook) anunció el objetivo de «curar, prevenir y gestionar todas las enfermedades de aquí al fin de este siglo». Aunque ambicioso, el anuncio ha puesto en el foco la forma en que los científicos están sumando fuerzas para tratar de resolver los enormes desafíos bajo el estandarte de la «investigación básica», que se centra en descubrir nuevos conocimientos científicos.

Algunas de las ventajas de la orientación de la investigación científica básica han permitido el desarrollo de la tecnología láser, el GPS, las pantallas multitáctiles y los buscadores. También llevó al descubrimiento del primer gen del cáncer humano. Las ventajas económicas son también considerables: el Instituto Nacional de Salud de EE. UU. estima que por cada dólar que se gasta en investigación básica se genera una rentabilidad de entre 10 y más de 80 USD. Los millonarios filántropos tratan cada vez más de financiar la investigación básica al lado de los gobiernos, y los descubrimientos podrían mejorar el nivel de vida de miles de millones de personas en todo el planeta. Nuevos descubrimientos, nuevos sectores, nuevos empleos.

Por supuesto, resulta difícil medir en términos de PIB las ventajas que ofrecen –y ofrecerán– muchos avances tecnológicos. El PIB está diseñado para medir cosas que se han intercambiado a un precio de mercado y no refleja la dispersión de las ideas ni el aumento de conocimientos de alguien que accede a Wikipedia por primera vez ni el ahorro de tiempo y costes que se consigue al no tener que acudir a una agencia de viajes para reservar un vuelo. Dado que los productos son cada vez más baratos (o incluso gratuitos) debido a la innovación tecnológica, el PIB podría ofrecer una medición cada vez más errónea de la evolución de la economía global. La brecha entre lo que puede medirse y nuestra experiencia real seguirá ampliándose (para más información sobre este tema, véase nuestra entrevista con Diane Coyle, autora de GDP: A Brief but Affectionate History).

Las ventajas de Internet, la mejora del nivel de vida en todo el mundo y los posibles descubrimientos de la investigación básica deberían ser suficientes para curar a los participantes del mercado de la fatiga de Armagedón. Aunque estos avances no curen las preocupaciones del mercado acerca de los límites de la política monetaria a corto plazo, sugieren que muchos seguirán prosperando a largo plazo.

El valor de las inversiones fluctuará, por lo que el precio de los fondos puede subir o bajar, y es posible que no recupere la inversión inicial. Las rentabilidades pasadas no son un indicativo de las rentabilidades futuras.

Anthony Doyle

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