México: manual básico. Elecciones, inflación, Banco de México, NAFTA y gasolina

Acabo de volver de un fascinante viaje de investigación a Ciudad de México durante el cual me he reunido con legisladores, banqueros, políticos, analistas, administradores de fondos de pensiones y reguladores. La economía mexicana, como ocurre con muchas economías de mercados emergentes, ha sufrido durante los dos últimos años la bajada de precios de las materias primas y la caída de la demanda global de bienes. Lógicamente, México se enfrenta a su desafío particular después de la victoria electoral de Donald Trump y ante las repercusiones que esto pueda tener en el comercio y en los envíos de dinero de los emigrantes mexicanos que residen en los EE. UU.

En este primer manual básico sobre economía mexicana, he abordado las cinco áreas que revisten mayor interés a mi parecer. Concretamente, podrían avecinarse cambios importantes en el panorama político de México.

Quisiera mostrar mi agradecimiento a HSBC por haber organizado varias reuniones sumamente interesantes.

  1. El entorno político se pone interesante: ¿ganará el populismo de izquierdas las próximas elecciones presidenciales?

Igual que ha sucedido en el Reino Unido, EE. UU. y Europa en los dos últimos años, el electorado también ha mostrado su apoyo a partidos y políticas populistas en México. Morena es un partido político fundado hace solo tres años, pero que, gracias a su candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador («AMLO»), experimentado político antisistema de izquierdas, podría dar la campanada en las elecciones de 2018. AMLO ya se ha presentado antes como candidato en elecciones presidenciales con el consolidado partido PRD y es muy conocido por el electorado. La campaña de AMLO se centra en la corrupción y, más concretamente, en la afirmación de que el PRI, partido gobernante durante más de 80 años en el país, está corrompido. En las encuestas de agosto, AMLO tenía el porcentaje de intención de voto más alto entre todos los posibles candidatos presidenciales y ahora parece que el viento sopla a su favor.

Pese a que nadie espera que AMLO gane en el Congreso y además se haga con la Presidencia, podría quedar igualmente bien situado para retrasar las reformas previstas en los sectores de energía y educación, detener algunas privatizaciones (como la ampliación del aeropuerto de Ciudad de México) y endurecer la postura de la negociación de la NAFTA de México con EE. UU. AMLO también podría volver a introducir las subvenciones a la gasolina que se acaban de retirar. Con todo, las comparaciones con Chaves son injustas, si tenemos en cuenta que AMLO fue alcalde de la enorme Ciudad de México y cumplió su deber con responsabilidad. Sin embargo, las comparaciones llegarán y los inversores podrían empezar a ponerse nerviosos a medida que se acerquen las elecciones. Un analista al que conocí estaba preocupado por las posibles consecuencias de una derrota, considerando la creencia por parte de AMLO de que las elecciones se amañarán en su contra: «No habrá ninguna revolución, pero…».

  1. Inflación y cambios en los cálculos de la inflación mexicana

En 2012, el FMI recomendó que las estadísticas sobre la inflación y los ingresos nacionales de México se adaptaran a los estándares internacionales. Hasta el momento, se recopilaban datos de las ciudades más grandes, pero las localidades de menor tamaño y los pueblos no se incluían en los estudios. Teniendo en cuenta que dichas regiones suelen ser las zonas más pobres, los patrones de gasto nacional que se utilizaban para ponderar la inflación estaban sesgados y favorecían a los patrones de gasto de los mexicanos relativamente más ricos. Esto significa que los servicios han tenido un peso relativamente alto en el IPC.

A partir de julio del año que viene, las ponderaciones de los datos de la inflación incluirán muchas más comunidades rurales. Como resultado, el peso de los bienes en la cesta de la inflación aumentará del 34% al 41% y, dentro de este cálculo, la comida pasará del 15% al 21%. Las repercusiones que esta situación tendrá para la política monetaria, y para los titulares de bonos vinculados a la inflación, es que la inflación será todavía más volátil porque los precios de los alimentos son erráticos (últimamente en México los precios de la cebolla y el tomate se han disparado) y porque los precios de los bienes son muy sensibles al nivel del peso mexicano. Parece políticamente imposible para el Banco de México abordar solo las tasas de la inflación subyacente, puesto que la cifra final lo es todo.

La inflación en México ha aumentado más del doble este año, hasta alcanzar la diabólica cifra del 6,66%. Parte de este movimiento se explica por un resultado desfasado del aumento de los precios de importación tras la depreciación del peso a MXN 22,  por ejemplo, por los tomates (rojos y verdes) y las cebollas que ya hemos mencionado pero además por la liberalización de los precios de la gasolina que tuvo lugar en enero (añadiendo por sí misma un 1,3% a la inflación). El objetivo del Banco de México es el 3%. Mientras que la descomposición de las tasas de inflación derivadas de conectores no sugiere que el Banco vaya a alcanzar el objetivo propuesto a medio plazo, en 2018 sí que se producirá una caída significativa de la inflación, que simplemente reflejará los efectos básicos de la desaparición de la subida de precios de 2017 y del fortalecimiento del peso. Otra cuestión es que esta situación vaya a permitir al banco central recortar los tipos.

  1. El Banco de México y la política monetaria

Los bancos centrales de los mercados emergentes tienen un enfoque distinto respecto a la gestión de la política monetaria al de sus homólogos de los mercados desarrollados. En ambos casos definen los tipos de interés para gestionar las expectativas de inflación de consumidores, empresas y mercados, pero mientras que la Fed, por ejemplo, sube los tipos para influir en la demanda, el banco central mexicano sabe que la penetración de los préstamos de interés variable es sumamente baja, sobre todo entre los consumidores, y que una subida (o un recorte) de los tipos afectará muy poco a la actividad económica.

El mecanismo de transmisión de los bancos centrales de los mercados emergentes funciona de manera desproporcionada a través de los tipos de cambio. Los recortes de los tipos debilitan el tipo de cambio, lo cual se traduce en el aumento de los precios de los bienes importados (y en significativos efectos de segunda vuelta, por ejemplo, los taxistas de México suben sus tarifas en pesos para que el valor en dólares de las tarifas sea constante, más allá de la subida directa derivada de los costes del petróleo importado). Por lo tanto, recortar los tipos podría lastrar el crecimiento económico en lugar de estimularlo. Al contrario que la Fed, el Banco de México solo tiene un objetivo político: la inflación (no la inflación y el empleo ni tampoco la inflación subyacente, como ya hemos mencionado, sino la general). Si el Banco ya sabe a ciencia cierta que la inflación caerá drásticamente en 2018, ¿debería empezar ya a bajar los tipos? Y, teniendo en cuenta que las rentabilidades del MBONO a 10 años están al 6,75% en estos momentos, ¿abaratará esta situación el mercado de bonos? En teoría, sí, pero a los legisladores les preocupan dos situaciones que podrían afectar negativamente al peso: en primer lugar, la volatilidad mencionada derivada de las elecciones presidenciales, y, en segundo lugar, un posible fracaso de las negociaciones de la NAFTA. El 70% del mercado de MBONO pertenece a extranjeros, un porcentaje enorme, y la mayoría no dispone de cobertura del riesgo de tipo de cambio. Una caída del peso debida a estos factores y una bajada de los tipos podría provocar que la divisa mexicana volviera a los mínimos desencadenados por el miedo a Trump o incluso que los superara y vender podría poner en peligro la estabilidad financiera. Así, pues, el Banco de México todavía tiene que bajar los tipos y es posible que sea más cauto de lo que podría hacer pensar el pronóstico de la inflación pura. Quizás prestan más atención de la que yo creía al nivel de participación extranjera en sus mercados de activos.

Además, el Banco está desconcertado por los mismos asuntos que los legisladores del mercado: ¿por qué no hay presión salarial a pesar de la reducción de la tasa de desempleo? Y ¿sería el tipo de interés real neutro (r*) de México demasiado elevado, digamos del 2,5% si el r* de EE. UU. es en realidad de cero en lugar de ser del 1%?

  1. NAFTA, Trump y el comercio

Tras la retirada de EE. UU. del Acuerdo Comercial Transpacífico (TPP) por parte de Donald Trump inmediatamente después de su victoria electoral, ahora la atención se centra en su compromiso de renegociar el acuerdo NAFTA entre EE. UU., Canadá y México. Principalmente, Trump centra su debate en tres temas: En primer lugar, la necesidad de reducir el déficit comercial de EE. UU. con México. En segundo lugar, que México debe subir los salarios de los trabajadores para equipararlos a los de EE. UU. Por último, que las «Reglas de origen» se deben endurecer de tal manera que la mayoría del contenido regional de bienes manufacturados proceda del interior de la zona NAFTA (preferiblemente de los EE. UU.)

Los tres objetivos son polémicos y difíciles de aplicar sin dañar la economía mexicana (y probablemente la estadounidense). La tercera, de las siete, rondas de negociaciones de la NAFTA empezará en octubre. Pudimos hablar con un experto en comercio que nos sugirió que la 4º y la 5º ronda podrían ser las más precarias y que Trump podría verse obligado a retirarse de la NAFTA en ese momento.

La buena noticia es que la mayoría de los expertos coincide en afirmar que el «Plan B » de México evitaría muchos de los daños derivados de la supresión del acuerdo. Seguiría recibiendo trato de nación más favorecida de la OMC en sus relaciones comerciales con EE. UU., con tarifas moderadas por lo general; es posible que dichas tarifas de la OMC no impidiesen el comercio si una potencial depreciación del peso abaratara abaratase los bienes mexicanos para los compradores en dólares estadounidenses y, además, el país está negociando otros tratados comerciales internacionales para abrir nuevos mercados (UE y Brasil).

Con todo, cuesta imaginar que un tuit de Trump en noviembre en el que anuncie el fin del acuerdo NAFTA no provoque una caída de los activos mexicanos, al menos a corto plazo.

  1. Gasolina y Pemex

Históricamente han sido muchos los gobiernos de mercados emergentes que han subvencionado el precio de la gasolina a sus ciudadanos, sobre todo aquellos con grandes reservas de crudo. Es una medida popular entre los votantes y favorece el aislamiento de una economía de bajos ingresos ante la volatilidad de los mercados energéticos mundiales. Sin embargo, a México la jugada le salió cara hace unos años cuando el precio del crudo era de 100 $ el barril mientras su «gallina de los huevos de oro», el yacimiento petrolero de Cantarell (que tiene el nombre del pescador que lo descubrió), asistía a la caída en picado de la producción (de 2,1 millones a 400.000 barriles al día) y a la posterior reducción de las importaciones de gasolina.

A raíz de este hecho, durante los últimos años la política del gobierno se ha centrado en liberalizar los precios de la gasolina y permitir que subieran hasta alcanzar los niveles del mercado. Como hemos visto, esta situación ha tenido una enorme influencia en la subida de la inflación mexicana, sobre todo en enero de 2017.

Por otra parte, el gobierno está intentando limitar la influencia que tiene en el suministro energético del país el gigante petrolero estatal Pemex. A lo largo de los años, Pemex ha generado ingresos para financiar buena parte de las necesidades fiscales de México, pero lo ha hecho priorizando la producción de petróleo a toda costa y descuidando la inversión en mantenimiento (lo cual se ha traducido en cierres imprevistos con una frecuencia 10 veces mayor que el estándar del sector) y en capacidad de refinado (lo que ha llevado a México a tener que importar gasolina de los EE. UU. y a dejar sin gasolineras al 40% de sus ciudades). En EE. UU., hay una gasolinera por cada 2500 habitantes, en Brasil, la proporción es de 1 cada 5000 y en México, 1 cada 10.000.

Así, que, además de terminar con las subvenciones a la gasolina, ahora México ha abierto la competencia en toda la cadena de suministro. Las empresas pueden presentarse a licitaciones para los bloques de exploración en el Golfo de México, para construir nuevos gasoductos, para importar petróleo en camiones desde EE. UU. y para construir y administrar gasolineras. Una mayor competencia se traduciría en una bajada de precios para los consumidores, más eficiencia en la cadena de suministro del petróleo y el fin del freno a la tasa de crecimiento de México provocado por el sector energético durante los últimos años.

  1. Gusanos

Me comí uno. Me gustaría decir que sabía a pollo, pero la verdad es que sabía a gusano.

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El valor de las inversiones fluctuará, por lo que el precio de los fondos puede subir o bajar, y es posible que no recupere la inversión inicial. Las rentabilidades pasadas no son un indicativo de las rentabilidades futuras.

Jim Leaviss

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